viernes, 6 de diciembre de 2013

Mi otro yo

Había una vez una muchacha muy normal, con sueños de futuro e ilusiones, pero con muchos miedos que enfrentar.
No le gustaba que la gente escupiera mientras hablaba, ni tampoco que en los momentos de nervios sus amigas se crujieran los dedos a modo de antiestrés.
Le gustaba leer, ver películas románticas y vivir la vida tranquilamente, tumbada en el sofá con una suave manta.
Por lo contrario, el otro yo no pasaba desapercibido, pues no se interesaba por sus metas de futuro, sino que vivía el día a día; como si no existiese mañana.
Le gustaba hablar, cotillear con sus amigas, cantar … Mordía los lápices y se arrancaba pielecillas de los pulgares.
Un día, obsesionada con no encontrar una identidad concreta, decidió tirarse al abismo y junto a ella su otro yo, quedándose así con la muchacha tranquila, aunque revoltosa, que se preocupaba por alcanzar sus sueños, no se atrevía a dar un paso diferente.
Pero el tiempo fue pasando y su familia se dio cuenta de que algo en ella había cambiado.
Les gustaba la idea de tener una hija mansa y tranquila, pero sabían que ella así no era feliz.
Se había equivocado, el otro yo no era el que invadía su ser, sino el que complementaba su persona y por el que era alguien especial. Era Sara con todo lo que conllevaba serlo, pero eso no significaba ser mejor ni peor; era ser alguien especial.


El reloj de la abuela

Relato fantástico.

Amanda era una joven de 18 años. A pesar de su edad aún creía en los cuentos de hadas, los fantasmas y la vida después de la muerte.
Su abuela siempre le dijo que el mejor de los juegos era la imaginación, y ella nunca desperdició esas palabras.
Un día, al salir de clase, se dirigió con sus amigas al cine. La película elegida era de misterio y a ella le encantaba el actor protagonista.
En mitad de la película, sintió que un escalofrío le recorría todo el cuerpo, sus manos se helaron y su corazón empezó a latir más fuerte de lo normal.
Alguien le había tocado el hombro con una fría mano, ella no supo cómo reaccionar y tardó un momento en darse la vuelta, pero entonces fue tarde …
Detrás de lla sólo estaba una pareja de enamorados viendo la película como los demás.
No era la primera vez que le ocurrían este tipo de cosas, desde pequeña se había sentido diferente a los demás en este tipo de cosas.
Al llegar a su casa, ya era de noche, y sus padres habían salido a cenar con unos amigos, por lo que estaba sola en casa y sus párpados empezaban a cerrarse por momentos …
Decidió irse a la cama, pero en ese momento apareció otra vez esa sensación: volvieron los sudores fríos, la entrecortada respiración …
Esta vez quería superar su miedo y enfrentarse a todo lo que hubiera tras ella.
Se giró rápidamente, pero no había nada.
Entonces miró al suelo y se encontró un reloj viejo, incluso desgastado. Amanda empezó a desorientarse y miró la hora de su reloj, que no correspondía con la del nuevo hallazgo.
Sus recuerdos empezaron a corretear por su mente, su infancia despertó de un cajón olvidado y entonces …
Lo vio, la recordó, lo sintió … Era el reloj de su abuela, el que siempre llevaba, el que pudo escuchar todas las historias fantásticas que le contó.
Pero Amanda no sintió miedo, pues había una inscripción que decía “Convierte tus sueños en realidad”, y justo era lo que había pasado.




Instrucciones para no dormirse en clase


1. Tomarse una taza cargada de café al desayunar.
2. Enamorarse de la voz del profesor que peor te caiga.
3. Mantener los ojos bien abiertos, hasta que se te olvide pestañear.
4. Pensar que “el tiempo es relativo”, lo mires por donde lo mires.
5. Poner nombre a cada bolígrafo que utilices para animar la fiesta.
6. Intenta no odiar al profesor que dé las clases.
7. Confiar en ti mismo y mentalizarte de que una blandita cama te espera en casa, ¿Por qué no esperar?
8. Que lo números sean tus amigos en matemáticas y las letras aliadas en lengua.
9. Pensar en que cada idea nueva es un nuevo paso para escapar de la clase.

10. Que el sueño se convierta en sonrisas y muera de risa por seguir despierto.

Lugares propicios para tomar el sol.

No sólo tomar el sol es ponerse moreno, sino sentir sus rayos
Alumbrar en tu piel y acoger un intenso calorcillo en la espalda
Que haga que te duermas …

En fín, todos diréis que el mejor lugar para tomar el sol es la playa,
Aunque para mi tirarte 4 o 5 horas bajo el sol un 15 de agosto no
Es mue interesante …

En mi opinión el mejor lugar es el río:
El reflejo del agua verde, los pequeños renacuajos saltar, y sobre
Todo … que !no hay arena!

Sentarse en la tumbona en el balcón tampoco está mal, pues
Lo importante es tomar el sol y no hay un millón de personas
A tu lado agobiándote; sólo tú, el sol y la música que
Acompaña a tus oídos.

Otro lugar apasionante es el campo, tirar una toalla en medio
Del monte, como si nada importara …
Y oler el fresco aroma de los pinos que te recuerda al
Ambientado de tu coche tampoco está tan mal.



LA CASA DE LOS ESPÍRITUS

Hace dos años me mudé a una casa de un pequeño pueblo. Todos los habitantes me trataron genial cuando llegué. Una muchacha llamada Eli me contó una misteriosa leyenda acerca de la casa donde ahora vivo, pero yo no la creí, ya que, era imposible que la casa estuviera maldita y viviera un espíritu en ella.
Los días pasaron normal, como siempre, hasta que un día escuché un ruido. Me asusté bastante, ya que vivo sola y no tengo ninguna mascota. Lo dejé pasar por el momento, pero los ruidos cada vez eran más seguidos.
Cuando vi a la muchacha se conté lo que había pasado en mi casa y me contestó que era porque el espíritu se estaba enfadando.
Un poco muerta de miedo me fui a la perrera del pueblo vecino y adopté a un perro para que me hiciera compañía y me defendiera de aquel espíritu.
Los ruidos dejaron de producirse por un tiempo; o el espíritu se había ido o ya no estaba o también podrían haber sido todo producto de mi imaginación.
Al día siguiente, cuando llegué de trabajar, vi a mi perro ladrando a la puerta del desván. Fui a ver que ocurría e incluso bajé para ver si había algo extraño, pero no encontré nada.
Ya de noche fui a relajarme al sofá a ver la televisión con mi perro. De repente la televisión se apagó sola. Fui a ver que le pasaba pero no encontré nada raro.
Salí al jardín para comprobar que no fuera la antena dejando me la puerta abierta pero de repente esta se cerró de golpe. No había manera de abrir la puerta y mi perro no dejaba de ladrar. Llamé a la puerta del vecino para pedirle mis llaves, porque él tiene una copia por si ocurría algo o se me olvidaban dentro de casa.
El me acompañó para ver que le pasaba a la tele. Cuando llegamos la puerta estaba misteriosamente abierta y la tele ya iba.
Todos pensaban que estaba loca y me miraban mal. Harta hice las maletas y me mude de ese adorable y pequeño pueblo. Pero esta vez no estaba sola, estaba mi perro que me protegería de todo.